Buenos días, amigos del murciélago.
Hoy vuelvo con un relato muy muy breve, pero que espero os toque la fibra.
El relato en cuestión pertenece a mi serie de micro-relatos: “la culpa en breve”. Y, no podía ser de otro modo, el tema es LA CULPA.
Según el diccionario de Real Academia de la lengua, una de las acepciones de culpa es: “acción u omisión que provoca un sentimiento de responsabilidad por un daño causado”.
Sin embargo, un diccionario es sólo eso, un diccionario; una herramienta que sólo ofrece un guía para que identifiquemos y registremos en nuestro disco duro (ése que tenemos dentro del cráneo) lo que una palabra significa. Pero una palabra, una sola palabra, implica mucho más que un simple significado. En ése sentido ningún diccionario estará jamás completo. Y de todas esas posibles implicaciones, de todos esos significados jamás escritos, es de lo que se nutren los cuentos. Y también, porqué no decirlo, de lo que se nutren nuestras almas.
Pongamos LA CULPA en el candelero. Existen acepciones jurídicas, que implican la comisión de un delito, pero que no implican sentimiento alguno por parte del culpable. Existen acepciones psicológicas, pero suelen asociarse a las consecuencias de un determinado acto, y quizás esas consecuencias aún no se han hecho palpables y en cambio la culpa sí.
Sea como fuere, LA CULPA supone el rasero moral por el que se mide el ser humano. Determina la clase de persona que eres. Demasiada culpa en tu interior y serás un pusilánime, incapaz de afrontar los problemas; una oveja dócil y asustada. Demasiada falta de culpa implica una equivalente falta de moral, serás un cabrón que hace y dice lo que le viene en gana, sin miedo a pisar o humillar al prójimo; un lobo, un depredador.
Como siempre, la catadura moral de una persona es un conjunto de blancos y negros, y la combinación perfecta no existe. Que cada cual mire dentro de sí y decida qué es y en qué quiere convertirse.
Todo este análisis, bastante simplista, es lo que sobre la barra de un bar suele llamarse “filosofía barata”. Sin embargo, tened en cuenta que la filosofía “sesuda” no es más que una exageración de nuestra amada “filosofía barata”, que normalmente se sustenta sobre el sentido común de las personas. Así que, si un día estáis tomando una cerveza y os topáis con uno de esos “filósofos” de barra, no lo desdeñéis. Escuchadle y sacad vuestras propias conclusiones. Puede que esté contando la mayor chorrada del mundo, o puede que os abra los ojos. Lo que sí es seguro es que, si sois aprendices de escritor, habréis dado con un personaje interesante.
En cuanto a LA CULPA, como ya insinué, se encuentra en grandes dosis en las mejores historias jamás escritas. Porque la culpa es parte esencial del ser humano, y la literatura habla sobre eso, sobre la esencia del ser humano.
Así pues, si queréis escribir sobre ello, analizaos. Buscad la culpa (o la falta de ella) en vuestros recuerdos ; o bien pensad en nuevas situaciones, en como reaccionaria vuestro personaje o vosotros mismos. Y escribid. Aunque duela. Porque escribiendo lograréis quitaros la venda de los ojos, lograréis ver, sin subterfugios ni engaños, la clase de persona que sois. Y eso no tendrá nada que ver con que lo que escribáis sea positivo o negativo. Hacedlo y punto.
Y si no escribís, analizaos igual. Conocerse es la única forma de ser honesto con uno mismo y con todos los demás.
Ahora me dejo de “filosofías baratas” y os dejo con el cuento. Éste quiero dedicarlo (lo prometido es deuda) a los amigos PERSIS (Desde el rincón de la araña) y GAB (Ayutla en su niebla), por perder el tiempo con las chorradas de este murciélago. Gracias por leerme, chicos, y por haber hecho los deberes.
A los demás, como siempre, os pido colaboración. En concreto, dos cosas:
1. Si os gusta la lectura, enviad el relato por mail a todos vuestros amigos. Este murciélago está hambriento de nuevos lectores.
2. Dejad vuestro comentarios sobre el relato en cuestión, o compartid vuestra sabiduría y vuestra “filosofía barata” sobre el tema que hemos abordado.
Y ahora sí, por fin, ahí va eso:
"Una vez en el metro, se puso a mi lado un chico retardado. Me miró un momento con aquellos ojos de ternerillo y me dedicó una sonrisa beatífica. Al pasar del último túnel y entrar en la estación se me hizo evidente que íbamos a bajar en la misma parada.
Cuando llegamos accioné la palanca para salir, pero el destino quiso que mis puertas fueran las únicas de todo el vagón que no se abrieran. El pobre chico, al ver mi fracaso, se revolvió inquieto. Probé un par de veces más, con prisa, mientras veía entrar y salir pasajeros por las otras puertas. Sonó el pitido. Me puse nervioso y corrí a la más cercana.
Yo escapé justo a tiempo, pero mi compañero de viaje no lo logró. Seguía plantado en el mismo sitio, sacudiendo desesperadamente aquella inútil palanca y manoteando contra la ventana.
-¡Puerta, puerta!- me gritó.
Le vi alejarse con la mirada confusa, sin comprender por qué yo sí y el no".
Volved pronto. Seguiremos estudiando esto de LA CULPA en los siguientes relatos. Porque ya sabréis que aquí os espera…
¡UN CUENTO A LA SEMANA!
Hoy vuelvo con un relato muy muy breve, pero que espero os toque la fibra.
El relato en cuestión pertenece a mi serie de micro-relatos: “la culpa en breve”. Y, no podía ser de otro modo, el tema es LA CULPA.
Según el diccionario de Real Academia de la lengua, una de las acepciones de culpa es: “acción u omisión que provoca un sentimiento de responsabilidad por un daño causado”.
Sin embargo, un diccionario es sólo eso, un diccionario; una herramienta que sólo ofrece un guía para que identifiquemos y registremos en nuestro disco duro (ése que tenemos dentro del cráneo) lo que una palabra significa. Pero una palabra, una sola palabra, implica mucho más que un simple significado. En ése sentido ningún diccionario estará jamás completo. Y de todas esas posibles implicaciones, de todos esos significados jamás escritos, es de lo que se nutren los cuentos. Y también, porqué no decirlo, de lo que se nutren nuestras almas.
Pongamos LA CULPA en el candelero. Existen acepciones jurídicas, que implican la comisión de un delito, pero que no implican sentimiento alguno por parte del culpable. Existen acepciones psicológicas, pero suelen asociarse a las consecuencias de un determinado acto, y quizás esas consecuencias aún no se han hecho palpables y en cambio la culpa sí.
Sea como fuere, LA CULPA supone el rasero moral por el que se mide el ser humano. Determina la clase de persona que eres. Demasiada culpa en tu interior y serás un pusilánime, incapaz de afrontar los problemas; una oveja dócil y asustada. Demasiada falta de culpa implica una equivalente falta de moral, serás un cabrón que hace y dice lo que le viene en gana, sin miedo a pisar o humillar al prójimo; un lobo, un depredador.
Como siempre, la catadura moral de una persona es un conjunto de blancos y negros, y la combinación perfecta no existe. Que cada cual mire dentro de sí y decida qué es y en qué quiere convertirse.
Todo este análisis, bastante simplista, es lo que sobre la barra de un bar suele llamarse “filosofía barata”. Sin embargo, tened en cuenta que la filosofía “sesuda” no es más que una exageración de nuestra amada “filosofía barata”, que normalmente se sustenta sobre el sentido común de las personas. Así que, si un día estáis tomando una cerveza y os topáis con uno de esos “filósofos” de barra, no lo desdeñéis. Escuchadle y sacad vuestras propias conclusiones. Puede que esté contando la mayor chorrada del mundo, o puede que os abra los ojos. Lo que sí es seguro es que, si sois aprendices de escritor, habréis dado con un personaje interesante.
En cuanto a LA CULPA, como ya insinué, se encuentra en grandes dosis en las mejores historias jamás escritas. Porque la culpa es parte esencial del ser humano, y la literatura habla sobre eso, sobre la esencia del ser humano.
Así pues, si queréis escribir sobre ello, analizaos. Buscad la culpa (o la falta de ella) en vuestros recuerdos ; o bien pensad en nuevas situaciones, en como reaccionaria vuestro personaje o vosotros mismos. Y escribid. Aunque duela. Porque escribiendo lograréis quitaros la venda de los ojos, lograréis ver, sin subterfugios ni engaños, la clase de persona que sois. Y eso no tendrá nada que ver con que lo que escribáis sea positivo o negativo. Hacedlo y punto.
Y si no escribís, analizaos igual. Conocerse es la única forma de ser honesto con uno mismo y con todos los demás.
Ahora me dejo de “filosofías baratas” y os dejo con el cuento. Éste quiero dedicarlo (lo prometido es deuda) a los amigos PERSIS (Desde el rincón de la araña) y GAB (Ayutla en su niebla), por perder el tiempo con las chorradas de este murciélago. Gracias por leerme, chicos, y por haber hecho los deberes.
A los demás, como siempre, os pido colaboración. En concreto, dos cosas:
1. Si os gusta la lectura, enviad el relato por mail a todos vuestros amigos. Este murciélago está hambriento de nuevos lectores.
2. Dejad vuestro comentarios sobre el relato en cuestión, o compartid vuestra sabiduría y vuestra “filosofía barata” sobre el tema que hemos abordado.
Y ahora sí, por fin, ahí va eso:
"Una vez en el metro, se puso a mi lado un chico retardado. Me miró un momento con aquellos ojos de ternerillo y me dedicó una sonrisa beatífica. Al pasar del último túnel y entrar en la estación se me hizo evidente que íbamos a bajar en la misma parada.
Cuando llegamos accioné la palanca para salir, pero el destino quiso que mis puertas fueran las únicas de todo el vagón que no se abrieran. El pobre chico, al ver mi fracaso, se revolvió inquieto. Probé un par de veces más, con prisa, mientras veía entrar y salir pasajeros por las otras puertas. Sonó el pitido. Me puse nervioso y corrí a la más cercana.
Yo escapé justo a tiempo, pero mi compañero de viaje no lo logró. Seguía plantado en el mismo sitio, sacudiendo desesperadamente aquella inútil palanca y manoteando contra la ventana.
-¡Puerta, puerta!- me gritó.
Le vi alejarse con la mirada confusa, sin comprender por qué yo sí y el no".
Volved pronto. Seguiremos estudiando esto de LA CULPA en los siguientes relatos. Porque ya sabréis que aquí os espera…
¡UN CUENTO A LA SEMANA!
La historia me impactó tanto que me tomé un día para meditarlo. Hay mucho más que un sentimiento de culpa, hay un replanteo de la conducta humana, un reclamo a la sociedad, un llamado de atención. En este relato, la culpa es más fácil de reconocer que los otros condimentos, pero está claro, al menos para mí, que no está sola.
ResponderEliminarLa misma impresión me causó "El gato negro" o "El corazón delatador" de E.A. Poe donde la culpa aparece acompañada por otras emociones. La diferencia que advierto es que, en "Ternerillo", está tan cercana que le pega al lector.
Como aprendiz de escritora, incorporé algo nuevo e interesante.¡Muy bueno!
¡Saludos!
Tremendo tema has elegido amigo, el relato quedo justo, dejaste al chico suspendido en el tren con esa mirada... de alguna manera nos reclama las veces que hemos dejado de ser corteses o me recuerda cuando vas al super y ves a carros sin placas de discapacitado estacionados en los lugares preferentes...
ResponderEliminarsaludos culposos
PERSIS: me alegra que te haya tocado, lo escribí por eso. efectivamente, hay muchas cosas ahí metidas aunque no se digan. Eso es lo que más me gusta cuando leo un relato, que me dice sin decir, transmite algo. Por lo tanto, que lo hayas sentido me halaga. Significa que funciona.
ResponderEliminarUna nota. Esto me ocurrió de verdad.
(para los graciosos he de aclarar que no, que yo no soy el chico retardado).
Muchas gracias por leerme.
GAB: Nuestro poeta incorregible. Es curioso que podamos sentirnos culpables, sólo por estar sanos ¿verdad? el ser humano es voluble, y eso es maravilloso y terrible.
UN ABRAZO A LOS DOS.
No digas lo que te pasó en realidad, o el Sr. Alcalde te cobrará un canon de inspiración...
ResponderEliminarEl no veia la diferencia entre vosotros, porque el solo veia a dos personas. Nosotros siempre vemos a un retrasado y a nosotros "normales". La diferencia la crea el prejuicio
MAESTRO: Totalmente de acuerdo.
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